El pasado jueves 16 de septiembre fallecía a los 81 años Sir Clive Sinclair, padre del ZX Spectrum, tras una larga enfermedad.
Desde este humilde rincón, algunos de los integrantes del staff de speccy.org queremos rendir un pequeño homenaje a una persona que, de un modo u otro, ayudó a modelar parte de nuestras vidas.
Me gustaría compartir una tonta reflexión (que, estoy seguro, no es la primera vez que se hace).
Es bien sabido que Sir Clive detestó el destino que le esperaba al ZX Spectrum: básicamente convertirse, en el acervo popular, en una plataforma de videojuegos. Su visión de la máquina iba más por la vertiente educativa y profesional que por la lúdica. Esperaba que su lanzamiento fuese abrazado desde diversos sectores profesionales, partiendo de un diseño que hacía accesible (1) la propia adquisición del dispositivo, (2) su programación y (3) la distribución de los programas realizados sobre él. No debió ser gratificante, pues, ver que aquella máquina acababa, esencialmente, en manos de los niños y adolescentes que fuimos.
Y radica cierta paradoja en el asunto, ya que de esa deriva lúdica fueron germinando, en buena medida, muchas de nuestras propias vocaciones laborales. Germen que fue nutriéndose, precisamente, de aquellos principios de diseño, de esa ductilidad para el «cacharreo» del ZX Spectrum concebida, quizá, con fines bien distintos. Nos educó, forjando una forma de pensar y programar. Fue cantera, en definitiva, de una nueva generación de profesionales y con ello, empujó la informática, no siempre en su vertiente lúdica, a nuevos territorios incluso más allá de su vida comercial.
La vida nos permite, a veces, realizar nuestros sueños por caprichosos vericuetos.
Thanks for the journey!
Descanse en paz.
Juan Pablo López-Grao
Si tengo que pensar en algo de mi niñez que ha marcado significativamente quién soy en la actualidad, sin duda es el pequeño ZX Spectrum. Mi abuelo me lo regaló por mi comunión, marcando un hito de una vida que, hasta ahora, está estrechamente ligada a la informática en lo profesional y, en su vertiente más lúdica, los videojuegos, también en lo personal.
Pero, antes de todo eso, Sir Clive Sinclair fue quien lo imaginó, y quien puso los medios para que se hiciera realidad. Y, de alguna manera, quizás sin saberlo, marcó el porvenir de miles de niños y adolescentes ingleses y europeos.
En su momento no me preocupé por saber mucho de él, más allá de que era un inglés con gafas y barba algo excéntrico. Que era tan bueno inventando como malo gestionando una empresa, y que por eso Sinclair Research Ltd. quebró y tuvo que ser vendida a Amstrad. Y si sabía poco de él, mucho menos de los ingenieros que hicieron realidad aquel sueño. Todo ese interés me ha llegado de adulto. De niño sólo me preocupaba por jugar y por ilusionarme viendo cómo aquel aparato respondía con imágenes y sonidos a las órdenes que yo le introducía. Desde luego que los que hemos sido testigos en primera persona del nacimiento de la informática personal debemos sentirnos afortunados.
Cuando se lanzó el ZX Spectrum, el 23 de abril de 1982, Sinclair era más joven de lo que yo soy ahora. Y pensar eso me da vértigo. Sir Clive no quería que su ordenador sirviera para jugar. Su enfoque era el de una herramienta de trabajo, algo serio. En mi caso no me prodigué demasiado en la programación, ya que era muy pequeño. Aunque sí que tecleé algunos teclados y me leí de cabo a rabo el manual de instrucciones que acompañaba al ordenador, donde te enseñaba a programar en BASIC. Aquellas líneas fueron las primeras de un camino muy largo que hoy, a mis 46 años, todavía sigo recorriendo profesionalmente. Y, aquellos primigenios juegos, el germen de una afición que aun corre por mis venas con el entusiasmo y la inocencia del primer día, cuando vi aquel Chequered Flag en la televisión de mi vecino Isaac y supe que quería tener ese ordenador.
Y tampoco puedo olvidar que el sueño de aquel visionario es también el culpable de que unos cuantos amigos nos juntásemos aquí. Con sólo una afición común en un primer momento y, hoy, casi 20 años después, con un buen puñado de experiencias en la mochila.
Que la tierra te sea leve, tío Clive.
Federico J. Álvarez Valero
Por lo que a mí se refiere, empecé a ser partícipe de tus ocurrencias tecnológicas un 17 de noviembre de 1984, cuando puse por primera vez mis manos sobre 48Kb recién llegados a casa. Lucían un motivo rojo, amarillo, verde y azul, en forma de banda diagonal y sobre fondo negro.
Aprendí a usarlo en la medida en que me divirtió hacerlo. Y lo que me divirtió. Fue motivo de años de compañía. Y cuando llegaron tiempos de supuesta mayoría de edad e irrupción de aldeas globales que nos hicieron más rutilantes y sabios a la par que más pálidos y limitados, descubrí que todavía estabas en la memoria de más personas de las que me imaginaba.
Paralelamente, esa aldea de la que hablaba permitió ir descubriendo a un tal Clive Marles Sinclair, hijo y nieto de ingenieros, que soñaba con que llegara el verano únicamente como antídoto escolar para aprender y experimentar con todo lo que le interesaba saber de verdad. Que antes de los dieciocho tuvo ya suficientes conocimientos adquiridos como para descartar la universidad, escribir su primer libro y encauzar su primera empresa de venta de kits de electrónica. Y a partir de ahí, y evocando ciertas palabras de Rudyard Kipling, vino la riada de cachivaches asociados a su apellido. Que es el tuyo.
En estos tres pilares se sostiene mi recuerdo y mi reconocimiento. Una de tus criaturas forma, probablemente con una gran carga de azar, parte de mi historia de vida. Si se hubiera tratado de otra probablemente me hubiera permitido, de la misma forma, llegar a admirar tu recorrido vital profesional como culo inquieto y mente lúcida. Me tocó con el Spectrum. Y si de niño eso me permitió compartir con otros niños como yo, de mayor me ha permitido compartir con otros presuntos adultos como yo, hasta convertir nuestro arraigo común en motivo de anecdotarios, encuentros, proyectos, excursiones, viajes y hasta sólidas amistades. Y esto último, créeme, ni se carga en esos meros 48Kb ni se consigue con el mejor de los pokes.
Fuiste afortunado en amores y desafortunado en los juegos. Al menos, aquellos que a base de LOAD ”” apartaron rápidamente a tu Spectrum de tus propósitos más puristas y metainformáticos. Sí; porque muy a tu pesar la criatura dio para muchísimo juego (y disculpa el juego –sigh– de palabras, y tanta reiteración intencionada de tres al cuarto).
Fuiste visionario con gafas. Fuiste terco emprendedor de retos así como peculiares. Ocasional generador, entre notorios aciertos, también de sonados gazapos (por aquello de que tus creaciones fueron exactamente concebidas tal y como quisiste contra viento, marea y todo ente que se opusiera a ello). Abanderado del retraso en la entrega y colaboracionista del gremio de oftalmólogos (porque el tamaño siempre importó, y siempre importó hacia lo menguante). Fuiste peatón de tres ruedas y runner en calcetines sobre cinta infinita.
Fuiste, y has sido, un verdadero pesado en mi vida; con la atenuante de haber sido yo tu constante invocador en ella. Ahora que se te ha llevado un bug persistente, a ver quién es el guapo que consigue hacerte caer en el olvido.
Seguro que hay formas más sencillas, por todo ello, de darte las gracias. Para bien o para mal, a mí se me ha ocurrido ésta.
9999 PRINT USR 0: REM Rest in peace, Sir Clive
Albert Valls (DeusX)
Un día del año…, hace mucho, se me cruzó un anuncio en la tele, uno que intentaba vendernos una enciclopedia de informática por fascículos. Narices si me la vendieron, semana tras semana, ahorrillo tras ahorrillo, y de cada fascículo me valía graciosamente desde la primera mayúscula al útimo punto. Fue mi preciosa Mi Computer, que terminó por sorberme el seso. Durante muchos años (y van…, pues eso) pensé que ahí fue donde comenzó mi amistad, diremos, con los ordenadores.
Pero es mentira, de las gordas, y es en días como éstos en los que me doy cuenta. Realmente fue con inolvidables visitas a primos míos, con un Spectrum al frente de su televisor, que pasé de lo platónico a la verdadera definición de la cosa. Yo no tenía entonces para permitírmelo, así que cualquiera puede imaginarse cómo eran mis vueltas a casa.
Comencé con devaneos en papel, en el vacío de la mesa de mi salita, y gracias a esos fascículos que ya me llenaban la cabeza, programé algunos de mis primeros programas en BASIC. Y ahí comenzaba la diversión, porque papel en mano me iba a casa de uno de mis primos, y le hacía pasar una de las veladas más fascinantes de las que tendrá recuerdo (si aquí no se nota la ironía me lo decís). Ahí vino mi primera revelación: el Spectrum era muy pero que muy capaz de obedecerme en lo que le dijera, lo hacía desde el primero al último de mis errores. ¿Quiéra era más tonto, esa máquina o yo? Y bueno, ¿estaba usándolo con fines educativos? Yo diría que sí, así que Clive tendría respuesta para la primera pregunta, seguro.
La segunda (revelación) me vino en color. Cómo no, en casa de mis primos, y por qué no, con un Atic Atac lleno de habitaciones, muebles, bichejos… ¿Estaría Clive tan contento con esto? Nooo, no lo creo, pero el caso es que mis cortas entendederas no llegaban a decirme cómo podía representarse eso en un programa, y cómo darle vida a algo que parecía responder vivamente a nuestra habilidad (la poca o ninguna). Así que de vuelta a casa, otra vez en aquella mesa, me puse a dibujar un mapa imaginado lleno de habitaciones, alfombras, en fin, color. Y entre uno y otro Carioca no dejaba de buscar el cómo narices podía llevarme eso a un listado. Ahí comenzó una obsesión, y todavía hoy me sonrío cuando un compilador me avisa de que igual me he equivocado. ¿Y ahora con esto, estaría contento Clive? Ojalá que sí, porque sin proponérselo a mí me inventó un futuro, y a mi Spectrum un alma.
Gracias, Clive.
José Luis Soler